En la mira

Cómo fue la presentación

 

El pasado sábado 16 de febrero, a las doce horas, se presentó el libro "La vida secreta de Guadalupe Victoria", cuyo autor es Alfonso Diez, en el auditorio del Castillo de Chapultepec. Condujo el evento la doctora Patricia Herrera en la que fue la última ocasión en que se desempeña como representante del Gobierno del Estado de Durango en la Ciudad de México. En la "mesa de honor" estuvieron también quien sustituye a la doctora en el cargo, el doctor Ulises Adame, Mario Vela Salas, en su calidad de coeditor (con Código Diez) del libro que se presentó y Armando Victoria Santamaría, autor de "El Águila Negra", quien dio algunos testimonios acerca de las investigaciones que permitieron al autor de "La vida secreta..." escribir esta obra. Estuvo también, en la mesa referida, el autor del libro, quien dirigió unas palabras a la nutrida concurrencia.

La doctora Herrera abrió el evento con palabras alusivas a cada uno de los participantes. Cedió la palabra a Armando Victoria, quien leyó las dos últimas cartas que escribió Guadalupe Victoria y que se incluyen en "La vida secreta de Guadalupe Victoria". Algunos extractos de las palabras que pronunció son los siguientes:

Este es un libro de coincidencias: la historia que refiero comienza el 26 de mayo de 1944, cuando los hermanos Ricardo y Felipe Victoria se encontraron en Tlapacoyan, en la hacienda El Jobo, con los hermanos Alfonso y Alejandro Diez, propietarios en ese momento de la que fue la casa de Guadalupe Victoria, dando así comienzo a una larga amistad.

60 años después nos encontramos  el autor y su servidor, hijos de Ricardo Victoria y de Alfonso Diez, renovando esta amistad; hemos tenido muy largas conversaciones y un intercambio de la información que a través de los años hemos ido recopilando en torno a Guadalupe Victoria y  la hacienda El Jobo, pero en este intercambio persistía latente un personaje que buscábamos. Déjenme contarles que por mucho tiempo yo la había buscado con resultados negativos, pero en el mes de mayo de 1981, el fotógrafo Agustín Casasola, quien regresaba de una gira de trabajo por el estado de Puebla, llegó a mi oficina y me dijo “toma, te la mandan de Puebla"; le pregunte de quién se trataba y me dijo de la forma mas coloquial: es tu abuela, María Antonia Bretón; en aquél momento me emocioné, porque aunque no es mi abuela era la esposa de Guadalupe Victoria. A la fecha conservo la fotografía. En relación a este hecho y a una carta que supuestamente fue escrita por ella, en la que describe los últimos momentos de Victoria, que ya fue publicada en mi libro El Águila Negra y que ha causado malestar, permítanme decirles que, si la foto y la carta son efectivamente de María Antonia, tendríamos una magnífica noticia, y si no lo son, déjennos vivir con la ilusión de lo que pudo haber sido.

Cuando conocí  a  Alfonso Diez García,  lo primero que me dijo fue  “yo dormía  de niño en la cama de Guadalupe Victoria”  y así comencé a abrevar de ese cúmulo de información que posee y que a través del tiempo generosamente ha compartido conmigo.

A Alfonso Diez le he dicho muchas veces, metafóricamente hablando,  que es "un alma vieja”; él no lo cree, pero tiene algo en su persona que atrae al pasado, alguien condujo sus pasos para que después de más de 150 años hallara el archivo de María Antonia Bretón, que es su mayor éxito; cuando sucedió, me habló por teléfono para darme la noticia y estaba llorando de alegría y de emoción; ese es el premio al historiador, al investigador, cuando por fin encuentra lo que quiere. Todo ese cuerpo documental, Alfonso me ha permitido integrarlo al Archivo Guadalupe Victoria.

Terminó su intervención Armando Victoria con estas palabras:

Guadalupe Victoria murió 34 días después de escribir ésta su última carta, en la fortaleza de San Carlos, en Perote, Veracruz, hace 170 años, el 21 de marzo de 1843.

Los viejos soldados nunca mueren, solo se desvanecen.

Guadalupe Victoria fue un hombre que se desvaneció, intentando vivir en la vida privada con su adorada María Antonia.

Al tocar el turno a Alfonso Diez, la doctora Herrera lo presentó así:

Alfonso Diez García, ingeniero de profesión con estudios en filosofía y psicoanálisis y periodista por vocación, considera que no importa cuántas disciplinas, licenciaturas, maestrías o doctorados abarquen sus estudios, lo que importa es lo que escribe, ¿está bien o mal escrito? ¿sus investigaciones entregan resultados reveladores y los mismos atraen al lector?

 

Un breve resumen de su trabajo profesional es el siguiente: como ingeniero instaló estaciones de radio y televisión y estudios de grabación a lo largo del país; como periodista comenzó desde abajo y escaló todos los puestos: fue articulista, columnista, Jefe de Redacción y de Información, Corrector de Estilo y de Ortografía, hizo centenares de reportajes y editoriales, fue subdirector, editor y director de revistas de corte político; ha impartido clases de filosofía, periodismo, opinión pública, computación y matemáticas a nivel licenciatura y maestría en diversas universidades de la República Mexicana, así como conferencias y seminarios; es amante de la lectura y apasionado de la conversación.

 

¿Quién es entonces Alfonso Diez? Es el autor del libro que ahora presentamos, La vida secreta de Guadalupe Victoria; un libro que, por cierto, ve la luz tras años de investigaciones. Es una persona que, en el caso que hoy nos ocupa, quisiera tener la capacidad y la pasión suficientes para tocar las fibras más sensibles de quienes lo lean, de tal manera que cada texto deje alguna huella en el lector y la sensación de haber leído algo que valió la pena; en otras palabras, si les gusta lo que escribe, él se da por satisfecho.

A continuación, el escritor se dirigió a los presentes de esta manera:

Este libro comenzó a gestarse desde que yo era muy pequeño. Hay que aclarar que su estructura no sigue los parámetros comunes. No hay un prólogo, por ejemplo; pero hay un planteamiento inicial que se titula Incógnitas. La segunda parte, con datos indispensables que generalmente ocupan las últimas páginas de cualquier libro, están en éste, como intermedio del mismo, con la intención de que el capítulo titulado Palabras finales sea lo último que se lea.

Todo gira, en las líneas que le dan forma, alrededor de Guadalupe Victoria, su esposa (de la que hasta ahora se desconocía su identidad), su descendencia, su hacienda El Jobo, en Tlapacoyan, Veracruz, y lo que sucedió tras la muerte del personaje en esas tierras que, curiosamente, pertenecieron a personajes poderosos.

Había que despejar muchas incógnitas:

Hace doscientos años Guadalupe Victoria abandonó la universidad para unirse a las fuerzas de Morelos en la lucha por la independencia de un país que se transformaría en lo que hoy es México.

Casi década y media después se convirtió en el primer presidente de esta nación y al terminar su mandato se dirigió al lugar que había elegido para pasar sus últimos años: su hacienda El Jobo, la hacienda más grande del estado de Veracruz y una de las mayores de la república.

Año y medio antes de morir se casó con una mujer que a lo largo de 150 años ha permanecido en el misterio. Muchos historiadores, investigadores, periodistas, novelistas han buscado pistas para desentrañarlo, pero han fracasado. Como si se tratara de un tesoro oculto que se resiste a ser descubierto, así se ha mantenido la verdadera identidad de María Antonia Bretón. ¿Quién era esa dama misteriosa? ¿Quiénes eran sus padres y, en consecuencia, cuál era su segundo apellido? ¿Dónde nació? ¿Cuándo murió en realidad? ¿Tuvo hijos? ¿Qué le pasó después de la muerte de su esposo? ¿Por qué el misterio? ¿Qué secreto ocultaba su identidad? Hubo quién erróneamente, en el afán por dar a conocer datos ocultos que no había descubierto, le adjudicó una personalidad y un lugar de nacimiento que no le correspondían. Y por desgracia, una población que develó placas en memoria de la ciudadana distinguida y le ha programado homenajes creyendo que era nativa del lugar se llevará la sorpresa de descubrir que no nació ahí tras recorrer estas páginas.

Ese tesoro, los documentos que responden a todas las preguntas anteriores y más, ese archivo enterrado durante tantos años por fin ha aparecido; el autor de estas líneas tuvo la suerte de encontrarlo y lo desmenuza a lo largo de las páginas que siguen.

Pero hay más: ¿Qué pasó con El Jobo a la muerte de Victoria, su propietario? ¿Qué personajes se quedaron con la hacienda? ¿Qué figuras históricas pasaron por ahí y qué eventos importantes se desarrollaron en ese lugar a cinco kilómetros de la ciudad de Tlapacoyan, en esta población y en toda la enorme extensión que fue propiedad del primer presidente de México?

¿Qué tienen que ver Rafael Guízar y Valencia y los Ávila Camacho con El Jobo y con la región? ¿Cómo llegaron Maximino y Margarita a “Arráncame la vida”? ¿Cuáles son las claves de la novela y de la película? ¿Y después…?

Los personajes que cruzan por estas páginas cumplen con dos características. Una: vivieron en esa franja que va de Teziutlán, en el estado de Puebla, y cruza Veracruz hasta el Golfo de México, pasando por Tlapacoyan y El Jobo hasta llegar a Gutiérrez Zamora (La enorme hacienda de Guadalupe Victoria abarcaba un área que iba de Tlapacoyan a Gutiérrez Zamora). Y dos: A pesar de que son figuras muy importantes del pasado de México, escondían secretos que sólo ahora podemos poner en tinta y papel gracias a diversos factores que se han conjugado, pero, sobre todo, a la suerte de haber encontrado esa punta de la madeja que siempre buscan los investigadores. De ahí parte la trama que une a figuras que parecen tan distintas.

Guardaron secretos trascendentales, tanto que, en algunos casos fueron preservados en el ámbito de sus descendientes por varias generaciones a lo largo de dos siglos. Y lo hicieron así porque los consideraban secretos inconfesables.

A lo largo de los últimos años fueron cayendo en mis manos, como en cascada, las respuestas que ahora se encuentran en las páginas de este libro.

Para muestra, un botón, esto es parte del índice:

Incógnitas, El Don ha muerto, Tras la huella de María Antonia Bretón, Misterios y secretos, El sepulcro que no existe, La niña del testamento, La punta de la madeja, Una vida marcada, Historia de un retrato, Testigos del final, La tumba de Jalapasco, El baúl que desapareció, “Vivir unidos en la vida privada”, La estatura de Morelos, La capilla de los misterios, Tres días de viaje para ver a Caruso, La saña contra Guízar y Valencia, La captura de Félix Díaz, Las claves de Arráncame la Vida, La Mano Negra, Otro secreto del presidente.

En el último capítulo, Palabras finales, consigno coincidencias que llaman la atención, éstas son algunas:

La iglesia de Analco

Viví en la ciudad de Puebla en dos ocasiones, la primera a los dos ó tres años de edad y la segunda, durante dos años, a mis cuatro y cinco de edad. Viví con mis padres en el Barrio de Analco, muy cerca del centro, frente al jardín, cerca de la esquina que forman las calles 5 Oriente y 8 Sur. Frente al edificio en que vivíamos estaba la Tenería Victoria, en la que trabajaba mi papá y al poniente del jardín estaba mi escuela, un kínder llamado “El Verbo Encarnado”, cruzando una calle que hoy ha desaparecido para dar lugar al Boulevard Héroes del 5 de Mayo.

Del lado oriente del jardín estaba, y sigue a la fecha, la iglesia del Santo Ángel Custodio, parroquial dos siglos atrás con la de la Santa Cruz, a unas cuadras de ahí. Era una de las cuatro parroquias en que se dividía eclesiásticamente la ciudad de Puebla. Todos los días la veía imponente tras una plataforma de cemento de unos cincuenta metros de largo por otro tanto de ancho, bardeada y con una puerta de acceso a la que se llega tras cruzar la calle del lado oriente del jardín.

Y aquí resulta otro caso curioso, ahí bautizaron a María Antonia Bretón el 14 de agosto de 1814. Otra coincidencia.

La inscripción en la tumba

Relató, en otra parte del libro, que dormí en la cama que Guadalupe Victoria tenía en la hacienda El Jobo desde que era pequeño, porque la teníamos en la casa de Tlapacoyan. Desayuné, comí y cené en su comedor durante muchos años porque una y otro nos los trajimos a la casa de la calle Ferrer cuando vendimos El Jobo. Eso no es una coincidencia, es algo que formó parte de mi vida y encaja en esta historia. Pero lo que si es una coincidencia más es haber logrado esa fotografía que muestra una lápida desgastada sobre una tumba con una inscripción que el tiempo ha borrado y de la que solamente se pueden leer cinco letras “Ma. Ant…” Pregunté a quien conoce bien, desde hace tiempo, tanto el panteón de Jalapasco como el de Aljojuca y el de la capilla de San Diego y me aseguró que nunca había visto esa lápida.

Mayor suerte no pude haber tenido, Comenté esto con Armando Victoria Santamaría y se emocionó de tal manera que me propuso buscar la forma de que los restos de María Antonia sean trasladados a algún lugar en el que se les pueda rendir homenaje, además de construirle una tumba en forma.

Sobre la ubicación exacta del lugar en que se encuentra la lápida, la respuesta está en Jalapasco, pero forma parte de una segunda edición de este libro,, que incluya el programa de un posible homenaje.

La capilla del Jobo

Estuve en El Jobo hace poco y tuve un magnífico recibimiento de su propietaria actual, a quien conozco desde que era niña, Mercedes Macip Parra, igual que conocí a sus padres. Tenía años de no recibir a nadie en la hacienda. Me acompañaron Armando Victoria y su hermano Ricardo.

Recorríamos con mucho interés la capilla, a la que he llamado de los misterios en el capítulo dedicado a El Jobo, cuando Armando me hizo notar que había un águila de dos cabezas a cada extremo del retablo en la parte superior. Le expliqué entonces que ese era el emblema del grado masónico 33, que tenía Guadalupe Victoria, y luego le mostré que tal retablo estaba lleno de símbolos masónicos, como describo en el capítulo correspondiente.

Ya en la Ciudad de México, cuando analicé con calma las fotos que tomé en la capilla, me sorprendí con todo el significado que encierra ese templo.

Se trata de una copia del Templo de Salomón que mandó construir Guadalupe Victoria. ¿Por qué lo hizo? La respuesta está en el libro que ahora presentamos.

Descendientes

Cuando el expresidente murió, Francisco de Paula López Romero confesó a sus hijos que él era hijo ilegítimo de Victoria. Uno de sus descendientes, Leopoldo Federico López González se encuentra hoy aquí; otro descendiente, por el lado de los Romero, me proporcionó información valiosa acerca del embarazo de la madre de Francisco de Paula y de cómo se la llevó la familia a un lugar alejado de la Ciudad de México a dar a luz, para luego quitarle al recién nacido; se trata de Juan Mario Mancilla Macías, gran amigo mío aquí presente. En Juan Mario, por cierto, se da la curiosa coincidencia de que también desciende de los Coutoulenc, quienes se quedaron con la hacienda de Jalapasco, una de las más grandes del estado de Veracruz, que perteneció a María Antonia Bretón Fernández del Redal y Blázquez de Velasco, la esposa de Guadalupe Victoria cuyo verdadero nombre pronuncio en público por primera vez.

Está también con nosotros el capitán Armando Victoria, otro descendiente de nuestro ilustre personaje, quien junto con los ya mencionados forma parte también de las historias que se relatan en este libro.

Con el libro en prensa, obtuve información de dos diferentes fuentes acerca de la familia Fernández, descendientes de Victoria, de San José Acateno, Puebla, donde el caudillo estableció uno de sus cuarteles; y de la familia Fernández, de Quimixtlán, Veracruz, quienes también descienden de Guadalupe Victoria.

En páginas interiores se describen los casos de otras posibles líneas de descendencia. Hay una leyenda negra acerca de Guadalupe Victoria en la que han insistido algunos estudiosos del personaje que dice que él no podía tener hijos. Afirman que como era epiléptico estaba impedido de tener descendencia, aunque es sabido que los epilépticos son perfectamente capaces de tener hijos. Y es tal el cúmulo de testimonios que nos han llegado en sentido contrario que seguramente los va a dejar en silencio.

Fotos de la portada

Las fotos en la portada son, de izquierda a derecha y de arriba a abajo: El emblema del grado masónico de Guadalupe Victoria, la foto que nos dejaron en Tlapacoyan los hermanos Victoria Gómez el 26 de mayo de 1944; los trabajadores de la hacienda el Jobo el 16 de agosto de 1923 y del lado derecho, al frente está un pequeñito de cuatro años de edad que es mi papá; la medalla que se emitió para conmemorar la toma de posesión de Guadalupe Victoria como Presidente de la República y que llegó a mis manos de manera misteriosa; las monedas con las que se pagaba en la hacienda que dicen: "Viuda de Diez e hijos, Hacienda El Jobo"; la banda masónica que perteneció a Guadalupe Victoria y que ahora está en poder de Agustín Mina, mi amigo, aquí presente, al que se la heredó su papá, a quien los masones le encargaron su custodia; Maximino Ávila Camacho, quien, al igual que su hermano Manuel, fue dueño de partes de la gran hacienda que perteneció a Victoria. Sobre este personaje me extiendo con datos que obtuve precisamente en esa zona de Veracruz. Tales datos nos dan las respuestas que el libro de Ángeles Mastretta dejó pendientes en su magnífica novela, Arráncame la vida; y más, las claves de los personajes y qué fue de la vida de Maximino y Margarita antes y después de la novela. ¿Qué tienen ellos que ver con este libro? Lo que sucediLa foto que falta por describir es la de una pintura de Guadalupe Victoria en una rara toma vestido de civilue sucedinos dan resó tras la muerte de Victoria en las que fueron sus propiedades está íntimamente ligado a los Ávila Camacho y en estas páginas se describe. La foto que falta por describir es la de una pintura de Guadalupe Victoria en una rara toma vestido de civil y con los colores de la bandera cruzándole el pecho, cuando tomó posesión de la presidencia de México. La pintura pertenece a Armando Victoria Santamaría y una réplica de la misma se encuentra en las oficinas de la Representación del Gobierno del estado de Durango en México.

Este evento, por cierto, es el último de este tipo que preside la doctora Patricia Herrera, quien acaba de dejar la representación mencionada para cumplir otras tareas en Durango. Gracias a ella fue posible presentar este libro hoy y aquí, lo que le agradezco profundamente y le deseo un camino lleno de éxitos, que seguramente tendrá.

El licenciado Mario Vela Salas, quien también nos acompaña, es mi socio coeditor de este libro, y gracias a que él creyó en el trabajo de un servidor es que podemos tenerlo publicado, lo que le reconozco con gratitud.

Y Armando Victoria, compañero de andanzas para la culminación de mis investigaciones; conoció paso a paso como fueron llegando a cuentagotas todas las revelaciones que se encuentran en las páginas que hoy se presentan. Se emocionó igual que yo con cada descubrimiento y le estoy también profundamente agradecido.

Para terminar, permítanme agradecer a ustedes su presencia. Están aquí mis hijas, mi esposa, mis nietecitos y mis yernos, que sufrieron conmigo las desveladas y los viajes. Mi familia cercana y también familiares y amigos que tuvieron que viajar largas distancias para acompañarnos este día. Y, desde luego, ustedes. Algunos, lectores de tiempo atrás de Código Diez que al fin puedo conocer en persona y con quienes he intercambiado opiniones a través del cPalabras en el Castillo de Alfonso Diezy les quedo reconocido por darme la oportunidade de intercambiar opiniones con os dan resorreo electrónico.

A todos ustedes agradezco su presencia y les quedo reconocido por haberme dado la oportunidad de dirigirles estas palabras.

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